A veces yo también me canso de la poesía,
de ver
poetas que no leen
y que
suben cada viernes a un escenario.
A
veces me canso de ser yo misma,
de encontrarme
a medias en otros ojos,
en
cuerpos indelebles en los que no me quedaré.
No sé
dónde está mi casa. Perdóname
si no
vuelvo a llamarte.
Nunca
es por ti mi tristeza,
ni
mis ganas constantes de huir.
Nunca
fue por ti mi colección de imposibles,
de
promesas sin cumplir.
Soy
el mismo error constante:
Adicta
al sentido de los vencidos
a los
ojos tristes que habitan ciudades como esta.
Experta
en hacerlo cuando no se puede.
Me
asusta parecerme a lo que un día odié.
Pero
me encantan tus rarezas, y que me digas
que
las mías son un pasaporte especial
que
no me parezco al resto de la gente.
Me
gusta que me sientas diferente
que
me acaricies el pelo cuando tengo ganas de llorar
que
me dejes tocarte cuando me canso de ser la de siempre,
cuando
necesito habitar en otra piel, en otro nombre.
A
veces no soporto el ruido de la gente
y me
quedo callada,
prefiero
que pienses que aún tengo cosas que contarte,
prefiero
que me sueltes aunque sepas que voy a estrellarme.
A
veces me gusta mantenerme a salvo
alejarme
por el simple hecho de volver
cuando
te echo de menos,
y
echar de menos ya no es como antes…
Perdóname,
si últimamente no entiendo de espejos
si
trato de convencerte de que todo sigue igual,
si
miro demasiado las agujas del tiempo.
Si
prefiero estar sola sabiendo que no vas a entenderlo.
A
veces me canso de perder(te)me
de
volver cada vez que quiero irme,
de
buscarte donde se que no voy a encontrarte.
Y a
veces me canso de tenerte en frente,
de
seguir escribiendo poemas en el tejado
de
querer volver a un lugar que ya no me pertenece,
de no
saber qué hacer con el futuro,
y con
un pasado que ya no existe.
A
veces no sé cómo explicarte
que
no quiero un hogar al que poder volver;
aunque
me muera, yo lo que quiero es quemarme.
En el
fondo lo sabes…
Me
gusta el incendio por el simple hecho de resucitar
justo
después de haber ardido
y
darme cuenta de que nada puede romperme,
que
somos verdaderamente irrompibles.
No
entiendo la normalidad de la gente corriente,
ni a
esos hombres que eligen a sus mujeres,
no
entiendo que se pueda elegir el fuego que ha de quemarte.
Si es
él el que siempre te elige,
siempre
es él el que viene a por ti,
sin
ni siquiera preguntarte qué es lo que quieres,
sin
dejarte más opción que la de arder.
Para
convertir tu casa en un cementerio más tarde,
y dejarte
solo, recogiendo tus propias cenizas,
para
que entiendas, que la única salida posible a un alma rota
es
resucitar con otra manera de mirar en los ojos,
es
resucitar, para dejar de ser lo que eras,
y empezar a ser lo que quieres ser.