"... Porque a pesar de todo nos hicimos amigos
y me mantengo firme gracias a ti, poesía,
pequeño pueblo en armas contra la soledad".

(Javier Egea)

viernes, 5 de diciembre de 2014

Mas adentro

                                                                                         


Es demasiado tarde para tener miedo, perdona las horas pero no puedo dormir, no quiero. Quiero gritar hasta quedarme completamente vacía, hasta que no pueda más, hasta que la garganta  me sangre y los párpados se me cierren de puro agotamiento. Me hierve la sangre en las venas; estoy tan llena de vida que a veces me siento inalcanzable; como si de un solo salto pudiera subir al cielo y bajar a la vez; como si pudieras decirme "si" a todas horas  y yo fuera capaz de corresponderte.

 No quiero que me hables, dudo que me interese cualquier cosa que me puedas decir en este preciso instante. Solo quiero cerrar los ojos y sentir. Sentir cómo tus manos me recorren entera, quiero que lo hagas como si nadie nos estuviera esperando fuera, como si los relojes se hubieran parado, o mejor… como si nunca los hubieran inventado. Quiero que por unos instantes, pienses que la vida es esto y te des por entero, que la pongas en juego, que pelees conmigo hasta ver quién es capaz de besar más adentro, como si quisiéramos quedarnos con una parte del otro en la lengua, en la piel, en el sexo…, y que me ganes. Quiero que me erices cada centímetro de piel hasta que duela, y que te des cuenta, que lo sientas, que bombees tanta sangre que pienses que se te va a partir la piel; quiero sudarte hasta que no puedas más, hasta que me supliques que pare, quiero que nuestro amor y su guerra sean tan intensos… que corrernos a la vez sea lo de menos.  

Quiero planear todas las huidas que nos faltan, que vayamos a saltar como locos sobre los charcos del parque después de una gran tormenta, y empaparnos; calarnos hasta los huesos y terminar abrazados para no morirnos de frío. Quiero trasnochar cada día y levantarme temprano para desayunar contigo. Quiero que me mires cuando me cuelgo la eléctrica  y que te mueras de ganas, y que pienses que no puedes esperar…

  Quiero llevarte a mi ciudad favorita, que me cojas de la mano atravesando Plaza Nueva mientras muerdes mi gofre de chocolate y le sacas la lengua a los niños de los hippies que venden pulseras de cuero y poemas. Quiero hacerte llorar de risa, tirarme contigo al césped de aquel parque repleto de patos que parecen sonreír a la gente que les echan migas de pan, mientras el sol del mediodía nos quita la ropa y el miedo. Y solo levantarnos de allí para ir a tomar un café sobre uno de esos pianos de La bohemia, y hablarte de todo lo que ese lugar inspira…Y  beber;  beber hasta que no sepamos andar aquella cerveza helada que sirve el camarero más guapo de la ciudad.

Quiero que vengas, que me elijas, que te quedes a mi lado porque llevabas buscándome toda tu vida, porque sientas que por fin has llegado. Quiero que cuentes a tus amigos que vuelves a sentirte vivo, como el niño que fuiste cuando tirabas piedras a los tejados más altos de tu barrio y siempre llegabas, y siempre eras capaz…  Quiero que cuando me hables lo hagas como si lo que me fueras a decir no lo hubieras dicho nunca, quiero que cada vez sea la primera y que tengas la capacidad de hacer magia: de reinventarte. Quiero que no entiendas nada de lo que te escribo, y que me releas tantas veces que sueñes con encontrar las respuestas a todas mis preguntas. Y que no lo consigas nunca.


Quiero que destruyas tu armadura, que vengas tal y como eres, tan desnudo y tan indómito que el mundo entero abra paso al verte llegar.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

No seré yo


No seré yo
quien te pise los pies cuando bailes,
quien te haga cosquillas en el suelo,
quien te diga “vístete” cuando llegues tarde.

No seré yo quien guarde tu lado de la cama
cuando llegues cansado del trabajo,
quien juegue a dibujar constelaciones,
uniendo cada lunar de tu espalda
en las siestas de verano.
No seré yo quien se ría contigo
con las ansias de un niño
como cuando tú te reías conmigo.

No seré yo quien meta tu cabeza en su jersey
cuando no entiendas nada,
cuando sientas que el mundo se derrumba
y te mueras por volver. Y te mueras…
por volver a casa.

No seré yo tu olor a primavera,
tu “te quiero de papel”
tu “”te echaré de menos”
en mitad del aeropuerto…
No.
No seré yo
tus ganas constantes de volver.
tú mes de abril,
tu quince de mayo.
tu plaza gigante repleta de gente.

Nadie va a abrazarte
como yo te abrazaba:
quedándose en tus brazos después,
como si fuera para siempre…
Diciéndote “apriétame más”,
“apriétame…”

Nadie va a recordar tu voz así:
Habitándote.
Nadie va a mirarte con mis ojos:
Cegándose.

Nadie va a hablarte de William Wallace,
de la revolución que nadie hizo,
de los hombres que aún buscan a la Maga
en los cafés del puerto;
nadie va a hablarte de los amarillos*
de los ojos de agua, de los poemas
que se escribieron en una estación de tren,
de aquel cantautor medio loco
que llora en mitad de sus conciertos
con la guitarra sangrándole en las manos
y el firmamento entero temblándole
en los ojos.

Nadie va a decirte todas las cosas
que yo nunca te dije.
Todas las cosas que ya nunca te diré.
Aunque no lo sepas,
Aunque te de igual.

Como por ejemplo
que te odio.

Que te odio tanto
que a veces pienso
que todavía te quiero.



* Los amarillos: habitantes de "El mundo amarillo" de Albert Espinosa; libro que me convenció de que       creer es crear, al fin y al cabo tan solo están a una letra de distancia. 

jueves, 20 de marzo de 2014

Maneras de mirar con los ojos cambiados



A veces yo también me canso de la poesía,
de ver poetas que no leen
y que suben cada viernes a un escenario.

A veces me canso de ser yo misma,

de encontrarme a medias en otros ojos,
en cuerpos indelebles en los que no me quedaré.
No sé dónde está mi casa. Perdóname

si no vuelvo a llamarte.

Nunca es por ti mi tristeza,
ni mis ganas constantes de huir.
Nunca fue por ti mi colección de imposibles,

de promesas sin cumplir.

Soy el mismo error constante:
Adicta al sentido de los vencidos
a los ojos tristes que habitan ciudades como esta.

Experta en hacerlo cuando no se puede.

Me asusta parecerme a lo que un día odié.
Pero me encantan tus rarezas, y que me digas
que las mías son un pasaporte especial

que no me parezco al resto de la gente.

Me gusta que me sientas diferente
que me acaricies el pelo cuando tengo ganas de llorar
que me dejes tocarte cuando me canso de ser la de siempre,

cuando necesito habitar en otra piel, en otro nombre.

A veces no soporto el ruido de la gente
y me quedo callada,
prefiero que pienses que aún tengo cosas que contarte,

prefiero que me sueltes aunque sepas que voy a estrellarme.

A veces me gusta mantenerme a salvo
alejarme por el simple hecho de volver
cuando te echo de menos,

y echar de menos ya no es como antes…

Perdóname, si últimamente no entiendo de espejos
si trato de convencerte de que todo sigue igual,
si miro demasiado las agujas del tiempo.

Si prefiero estar sola sabiendo que no vas a entenderlo.

A veces me canso de perder(te)me
de volver cada vez que quiero irme,
de buscarte donde se que no voy a encontrarte.

Y a veces me canso de tenerte en frente,

de seguir escribiendo poemas en el tejado
de querer volver a un lugar que ya no me pertenece,
de no saber qué hacer con el futuro,

y con un pasado que ya no existe.

A veces no sé cómo explicarte
que no quiero un hogar al que poder volver;
aunque me muera, yo lo que quiero es quemarme.

En el fondo lo sabes…

Me gusta el incendio por el simple hecho de resucitar
justo después de haber ardido
y darme cuenta de que nada puede romperme,

que somos verdaderamente irrompibles.

No entiendo la normalidad de la gente corriente,
ni a esos hombres que eligen a sus mujeres,
no entiendo que se pueda elegir el fuego que ha de quemarte.

Si es él el que siempre te elige,

siempre es él el que viene a por ti,
sin ni siquiera preguntarte qué es lo que quieres,
sin dejarte más opción que la de arder.

Para convertir tu casa en un cementerio más tarde,

y dejarte solo, recogiendo tus propias cenizas,
para que entiendas, que la única salida posible a un alma rota
es resucitar con otra manera de mirar en los ojos,

es resucitar, para dejar de ser lo que eras,


                                              y empezar a ser lo que quieres ser.

viernes, 7 de febrero de 2014

Sálvate si puedes

Ayer el viento soplaba fuerte en aquella ciudad, parecía enfadado con nosotros, como si quisiera hacernos daño. Nos resguardábamos de él entre bufandas y abrigos fuertes, agachando la cabeza con un gesto de protección, a la vez que un niño cerraba los ojos,  alzaba la cabeza hacia el cielo y respiraba profundo,  llenando los pulmones del mismo viento que a él parecía hacerle una caricia. Nos hemos vuelto antinaturales, hemos perdido la razón, y nuestra locura no tiene ningún sentido heroico ni romántico. Nacemos con una predisposición innata a fluir, a ser parte del viento, a entender lo que nos rodea, a ser lo que somos sin más; nos han educado y nos han cambiado; nos han manipulado y nos hemos vuelto distintos; feos, ciegos, cobardes y necios. Cerramos los ojos cuando el sol nos deslumbra en lugar de ver la luz, de dejarnos iluminar. Ya no pretendemos ser lo que soñábamos de pequeños, lo que aún de vez en cuando nos ronda la cabeza. No queremos saber quiénes somos ni reconocernos en serio  porque nos tenemos miedo; sin embargo; buscamos a alguien que nos haga de espejo, sin entender que el otro solo puede mirar en nuestra misma dirección (o en dirección contraria). Nos estamos volviendo locos a una velocidad que  no controlamos; y no somos capaces de ver que vamos a estrellarnos.

La gente ha dejado de escuchar, ya nadie se para a preguntar cómo estás, si saliste de aquel tropiezo que te mantuvo tanto tiempo en el suelo, desnuda e indefensa, a nadie le interesa. Y si decides ser tu misma, ser independiente, no seguir el juego a nadie y pensar por tu propia cuenta…   Ten cuidado… Cuídate de las buenas opiniones de la gente.

Yo agarro mi lado del puente, ya no me importa lo que la mayoría piensa. La mayoría nunca tuvo la razón: Este mundo y este país lo demuestran; y no entiendo cómo pueden estar tan sordos, tan ciegos, tan muertos. La vida era otra cosa, ¿Recuerdas? era buscar entre aquello que tenía su propia luz, no dejar de tener nunca relámpagos en los ojos, era tener soles en los dedos aunque quisieran apagar la luz… La vida era  crecer sin traicionarnos, caminar a pesar del miedo, atreverse a pesar de lo desconocido, construir puentes sin saber si habría alguien al  otro lado para sujetarlo, saltar a pesar del precipicio, pensar a pesar de nuestros padres, de nuestros amigos, de nuestros maestros, de nuestros jefes, de nuestra sociedad…, pensar por nosotros mismos por encima y a pesar de todo(s). La vida se construía de adentro hacia fuera, y nunca al revés; era sencilla como dice la navaja de Ockham y se nos complica porque nos empeñamos en disfrazarla, y todo lo que disfrazamos se convierte en mentira.


Estamos tan ciegos que a nuestro alrededor hay lagunas de sangre, y salimos a la calle vestidos de domingo,  con la única intención de no mancharnos el traje.

viernes, 17 de enero de 2014

Perdón por la tristeza


¿Cómo te digo todas las cosas que no se pueden decir?
No existen tales palabras, no pienso reincidir.
Explícame por qué nunca aprendí  las normas
Por qué ando detrás de todo lo que se me ha prohibido,
por qué ya no me importa lo que la gente piensa
por qué tengo las manos tan llenas de hastío…
Por qué este vacío cada vez que abro una puerta
por qué últimamente me llevo tan mal con la tristeza…
Por qué ya no me paro, por qué ya no te escucho,
por qué no soy capaz de contarte lo que me pasa.
Por qué intento avanzar con la piedra de Sísifo a cuestas,
por qué no hay pasado que me devuelva lo que he perdido. 
Por qué no aprendo nunca a retirarme a tiempo
Por qué siempre cometo los mismos errores repetidos,
Por qué sigo buscando una estrella polar en estrellas fugaces,
por qué me empeño seguir echándole un pulso al tiempo.
Por qué intento convencerme de que no era cierto
por qué me pasan tantas cosas que no entiendo.
Por qué me paro cuando quiero despegar del suelo,
por qué sigo mirando hacia otro lado si te veo…
Por qué a veces me gustaría ver cómo esta ciudad arde,
por qué me siento sola rodeada de tanta gente…
Por qué el miedo es más fuerte que las verdades
por qué no existen unos labios capaces de salvarme.
Por qué no se aceptar que las personas van y vienen,
por qué, cada vez que digo adiós, algo se me rompe.

Por qué nos empeñamos en vivir perdiendo el norte
por qué volvemos a esa mala costumbre del reproche,
por qué no olvido las palabras que ni siquiera pronunciaste:
Por qué tan pronto, es siempre, demasiado tarde